lunes, 23 de marzo de 2009

Vals de tres versos para Valentina


Vals de tres versos para Valentina

J.P. Medina

Cada vez que toco la vihuela, Valetina se enamora.
Se siente entusiasmada.
No se le ve danzar per se, pero sonríe a sus adentros y le da una vuelta a su vestido, desviando las zapatillas por toda la vega. Alegrando todo a su paso.
Pero divago.
Algunas veces solo es cotonear la falda, o hacer de sus piernas un vaivén al deseo oscilatorio, con las manos a la espalda, luchando con el ventisquero de música y ritmo.

Es un vuelco de rueda que me hace desear seguir tocando. Para variar.

Y a Valentina le gusta reir, la enorgullece soltar una melodía entre dientes, pero lo hace tan discretamente que nadie la escucha. Vayas a creer eso, Valentina.
Mas que nada de una aventurera piadosa que tiene cierto encanto por la vigilia. Que llora encerrada al injusto vilipendio de un monton de incuatos y edipicos enfermos.

Valentina vestal, que curioso, un vicio para los acomplejados.

Y es un vicio muy mal pagado, porque cuando Valentina quiere, Valentina te mira. Y puede ser un segundo y nada mas, pero es convaleciente. Te cura.

Frustra que (por lo menos yo que vivo del fracaso) esté uno hundido en la mas vil de las lamentaciones y Valentina se las arregle para sonreirte y volverte loco en un segundo. Sin querer y queriendo. Como conociendo que al mas enfermo de corazón puede curar, sin esperar nada por ello.

Asi es. Esa sueles ser vos de lejos, esa sueles ser vos cuando me vuelvo viajero y recorro el argumento que viene a mirarte, a conocerte dentro de este espacio llano.
Que soy vouyerista y vosotras, Valentinas, distintas con cada uno de los conversantes, sonríen por un preciso momento, dejando todo lo demas a la imaginación.

(FIN DEL PRIMER VERSO)

Av. Deja Vu es el peor lugar para la ley, confirmado.

Cada noche hay un muerto tapizado en los vados de la acera. Cada dia el crimen se aprovecha de la ineptitud de las autoridades para hacerse de alguna travesura en los campos vecinos. Y pareciera que cada noche, aun para los pocos invitados, la avenida se muere por dentro.

Como un cancér humano de violencia y vanidad.

Y por consiguiente, nunca hay paz en Deja Vu. Lo sé.

Yo, por el contrario, tenia tiempo sin pasarme por ahí. Me lo tenía prometido.
Es verdad que un detective necesita ganarse la vida en ecosistemas tan vulgares como este, pero ahí siempre es perder más de lo que ganas.
Sin excepción.

Y que me dices a mi.
Todavía ahora puedo ver los disparos al corazón, la tension ahogandome en los vados, el vino excesivo, la sangre, el misterio carcomiendome las visceras y la mujer escondida entre las cortinas, parcialmente desvestida.
Pero tenia mis razones para volver (aunque ninguna realmente racional como para efectuar la transaccion). No lo sé, quiza es que no podía apaciguar las ganas de verme envuelto nuevamente en ese mundo post-apocaliptico. O quiza es que siento vincular toda esa magia visual con el sentimiento de soledad y reprimenda que tanto me importa.
Que va, al final quiza solo es que soy autodestructivo.

En fin.

La ultima vez que estuve aqui fui evocado de licencia por el fracaso que fue perder el caso del Cuervo y vino, asi que no tenía mucha prisa de invitarme al cuerpo de justicia inmediatamente.

Ah, el Femme Fatale Hotel, la escoria de la escoria vuelto una posada de tres estrellas y una cantina de mala muerte. Perfecto para un derrotado detective (además, tenía ya un largo tiempo sin tomar, y eso me ponía muy nervioso).

Empujé la puerta con gravedad y el vinatero vociferó algo al verme entrar al salón.
Sin darle importancia, y ya algo desganado, fui y me senté justo al mostrador, entre los dos, ignorando el depresivo ecosistema a mi alrededor.
Caminar entre tantos vagos y suicidas me hacia recordar los tiempos en que alguna vez participé en su erradicación. Sin mucho exito.

Me senté y me pedí un whisky enseguida, para evitar la conversación inmediata con el dependiente.
El sujeto se dio la media vuelta, aun mofandose de mi presencia, y encontró de entre la repisa una vieja redoma de doce años. Sacó un vaso de vidrio de la cristaleria y sirvió el caldo seco.

No se cuanto estuve ahí encerrado, pero para la octava copa ya la vista me tenía como traidor evasivo.
Aprovechando mi confusión me encomnendaron un caso cualquiera, despidiendose de mi enseguida sin yo tener en cuenta de quienes eran aquellos sujetos.

Que mas da, un caso es un caso.

Le pedí al cantinero la llave de un cuarto y le pagué enseguida en efectivo. Ni siquiera recuerdo cuanto.

Me levanté y anduve con el tiempo ensima acompañandome el paso hasta el veintiuno del numero veintiuno.
Ya adentro caí de inmediato en el sillón (que fue lo primero que vi al entrar) siendo arrullado por el sonido del plomo y explosivo caracteriztico de la zona delictiva. Pero algo ahí me hacía ruido, en el piso se oía un sonido diferente, un sonido poco frecuente en la Avenida Deja Vu.
Y venía de mi recamara.

Saqué la pistola y caminé como pude hasta el lugar de donde provenía el susurro. Tenia la cara empapada de sudor y no podía divisar perfectamente a que apuntar por los efectos nocivos del alcohol ya en la sangre. Solo podía ver un cuerpo moviendose escondido detrás de la colcha, mientras me hacía un camino hasta ello.

Y ahí sucedió. La virgen silueta de una doncella recostada en mi cama me hizo vapulear contra el marco de la puerta, haciendome tirar el arma.
El extraño sonido no era más que el suave respirar de la dama dormida.

Pero yo la conocía.
El contorno de su rostro, el visaje preciso de duda y cansancio, la madeja que llega hasta el principio de cuello, los aretes curvos que adornan sus orejas, sus ojos, las venusianas manos, el compás de sus piernas. Todo, la conocía.

Pero "¿Que hacía ella en Deja Vu?"

Mareado preferí ponerme a pensar en ello a la noche siguiente (porque para esa avenida no existe el dia, solo la noche, eterna, constante, precisa, evolutiva) así que me fui a dormir enseguida (o solo tratar de hacerlo, porque con el vino, el cigarro, y la respiración tan tranquila de una pacifica vestal como vecina al cuarto conjunto, era practicamente un reto) no sin antes arremeter a mi estupidez altruista (raras veces vista. Ella, de hecho, era la primera en mucho tiempo con la que no podía ser tan cruel como para dejarla morir de frío) cerrando las ventanas y tapandole los hombros con el edredón.

Una llovizna acompañó la velada. Y dormimos, cada uno, un poco mas tranquilos con la presencia del otro.

A la noche siguiente, ya mas fresco y racional, seguía preguntandome cual sería la razon exacta de que ella se arriesgara a venir hasta este caotico mundo, haciendome perder toda la concentración que creía necesaria para resolver el caso.
Me tenia preocupado tener que dejarla en el cuarto del hotel, pero considerando que seguramente lo que queria era verme, lo mas logico era suponer que me esperaría ahí mismo, si se despertase.

Más tarde, las actividades se fueron desenvolviendo rapidamente. Las pistas me conducían poco a poco al movil del delito, las victimas solían decirme mas de lo que requería y mi tarea como detective, al final, terminó con excelentes resultados. Aún a pesar de mi inquietud personal y el vulturno ocasionado por la preocupación.
Que va, vomitivo.

No avezado por la idea de cuidar de una mujer, me tarde en volver a mi recamara. Tomé algo de vino en la cantina del hotel, al pie de Femme Fatale y por dos horas consecutivas escuché al grupo del lugar interpretar La Malagueña.

Ellos me quieren mirar...
pero si tu no los dejas
pero si tu no los dejas
ni siquiera parpadear....

Afuera seguía lloviendo.

Y decirte niña hermosa
que eres linda y hechicera
que eres linda y hechicera
como el candor de una rosa.

Seguía fumando, consumiendo, y escuchando.
La letra me hacía coro en las cienes, me hacía de una volea en el corazón.

Y así, al final, sin poder disfrutar de la festividad del exito conseguido, regresé al cuarto.

Entré a la salita y colgué la chistera en el perchero. Volví la mirada y la vi finalmente de pie, con su hermoso vestido acariciando el suelo.
Tomé el velo de cortina de una de las ventanas y me sequé el sudor mezclado con la lluvia.
Aquella valquiria, virtuosa y delicada, recorría la sala con el roce de sus piernas, pintando de colores escenarios mitologicos. Muy al pesar de su monocromatismo (donde ella era la ausencia de colores, y yo era la ausencia de colores, y todo el maldito mundo lo era, menos cuando ella le hacía una caricia).
Justo cuando estuvo frente mio, y tras un largo silencio, me envolvió con sus manos, recostando sus mejillas en mi pecho.
Yo no hice mas, solo me detuve en seco, vivificado.

-Quedate conmigo.- susurró ella de repente, en el instante en que la lluvia y nevada se hacían los mudos (Durante algunos minutos solo se pudo escuchar el sonido del ventilador dando volteretas en el aire) a unisono.

Y que curioso, porque quizá lo unico verdaderamente racional de lo que pude prescindir en esos momentos, ante el shock y el enorme gusto mezclado con tristeza, fue el de suavemente apretarla contra mío.

Toda una carantoña. Todo un caos que conllevo a inventar noventa y nueve maneras de evitar regresar a la Avenida Deja Vu. Noventa y nueve veces no, noventa y nueve veces al carajo. Noventa y nueve novelas de detectives y asesinos.
La lista se extendía en los pocos segundos lucidos que estuve con sus manos alrededor mío, pero ninguna de esas razones vencian el hecho de tenerla junto a mi, cuidarla, quererla y romperme el alma por ella.

Tristisimo, porque afuera seguía la ventisca de lluvia y nevada. Seguía, y seguía, y seguía... consecutivamente.

(EPILOGO DEL SEGUNDO VERSO)

Y todavía regreso a Deja Vu. Todavía me pierdo en la insignificancia ajena, en el vulgar de un mundo post-apocaliptico, criminal, tan solo para estar con ella.

Y a veces vamos al cine, solo de noche. Nos refugiamos en la oscuridad, le tomo la mano y disimulo.
Algunas otras veces tomamos transporte y le damos vueltas a la avenida, una y otra vez, y nunca termina. La calle toma un aire londines y simpre, hasta donde alcanza la vista, es un sin fin de arquitectura victoriana.
Templado.

Mas al final, la mayoria del tiempo solo nos quedamos encerrados en el veintiuno del numero veintiuno, al Femme Fatal Hotel.
Tomamos vino, cerramos las cortinas y nos quedamos dormidos, a la letra y canto de La Malagueña.

Y yo pensando: "Demonios, tanta melancolía para nada"

(FIN DEL SEGUNDO VERSO)

-¿Que anoche fuiste a visitarme a mi casa?- dijo ella en un vuelco de rueda.
Y entonces todo el vorágine se detuvo. Hay vértigo en la pregunta, un vértigo visceral y destructivo.
Ya no estoy en mi sueño. Ya no hay caricias, ni achucheos, ni siquiera el roce de su vientre recostando mi rostro.
No hay mas que un vilipendio de mi parte. Quizás solo el nerviosismo del sujeto de la chistera negra; del que através de un ventisquero de humo, los patrones surrealistas del cigarro, pudieran disfrazar.
Sonrío sin pensar en Valentina Vestal, ni Valentina valquiria. La veo sin ver las figuras, los colores en los mundos monocromaticos, o los espacios vacíos.
Y ante toda vervigracia, dos piernas cruzadas aguardan la respuesta. Donde pudo, como sea, ser un par de palmas deteniendo la maravilla victoriana que le precede en estructura.

-Solo tenia ganas de pasar por ahí.- advertí recuperandome, y sonreí cansado. -Con un enorme gusto de desearte dulces sueños...-

A vos Valentina, solo a vos.

Para variar.

(FIN DEL TERCER VERSO Y REVERENCIA)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuñiz, te quedo precioso eres un gran escritor y una gran persona a un que aveces lo dudes, creeme no quiero levantar tu ego, y aun que no lo creas aun tienes algo de azucar en las venas, y ahora si no lo puedes negar, ya esta escrito en este vals.
T.Q.M y Suerte En Todo lo Que Hagas

Alejandra Muñekita***

OracleSilver dijo...

bla bla bla...y la escena de sexo? (??)

Bueno, pero que buen relato, algo falto de descipcion pero que da gusto leer, y te lo digo en serio. Veo que hasta has ampliado un poco de vocabulario, y te dejare pasar le redaccion de un parrafo, porque lo demas me encanto.

En fin, continua con tus escritos, y dejale un legado a la humanidad, algo que merezca la pena nombrar y recordar.

Diego Guerrero dijo...

Es hasta melancólico y romántico, algo extraño en ti. Pero al final tienes sentimientos, pasiones, deseos y amores, te delata lo que escribes. Así tu amor sea el platónico mundo en que te adentres cuando escribes.

Me gustó.