viernes, 17 de julio de 2009

Yo también detesto a Bogart


Yo también detesto a Bogart
Por J.P. Medina


“¡Dios mío! ¡Sólo un momento de bienaventuranza!
Pero, ¿Acaso eso es poco para toda una vida humana?”
Noches Blancas, Fiedor Dostoyevski

Que sí, Abraham, ¿De que carajos me puede servir a mi mentirte? Tu me sirves la bebida, aquí tu tienes el control, yo solo me limito a contarte lo que sé de los viajes a Pangea; y lo que sé esta noche es eso mismo que vengo diciéndote desde temprano, desde que abriste: que yo también detesto a Bogart.

No, no estoy loco. Pero carajo… ¿Qué dices? ¿Qué ha preguntado por mi? Bah, como si me importara. Créeme, no me hace falta, no la necesito. Aquí todavía nos queda el nombre de Pangea. Ese mismo que eligió para dárselo a esta tierra; y por lo tanto, hay que romperse la espina por Pangea, camarada, para creer que reunificamos naciones. Así de diplomáticos, nada mas.

Ya, vamos, sírveme otro escocés, a mi pendejadas no, y pobre de ti si te pones quisquilloso y paternal con las cantidades. Mira Abraham, carajo, dejas al hielo hacer todo el trabajo, no le das al whisky ninguna oportunidad de ponerse atento a la línea más allá del corte de vidrio. Debe poder verse el alcohol tan separado de Escocia, solo así sabemos que vale la pena, viejo amigo.

Pero no, no insistas, ¿Qué quiere saber que he hecho?, ¿Que como he estado?, Chingada madre, Abraham, mírame, pero mírame bien ¿Qué es acaso tan difícil describirle el estatus?, Lo tengo tatuado en toda la cara. Pero no, para nada, lo que tu quieres es que cante. Lo que tu quieres es que le escriba sonetos y orquestas para piano y a capela; tu quieres verme derrumbado de una puta vez para contártelo todo como contándoselo a ella.

¿Qué que es lo que le contaría? Antes que decirlo te lo escribo en servilletas. Pero espera, que no termino de decirte porque es que yo también detesto a Bogart.

No, idiota, para nada, sus películas son lo de menos, su cirrosis me da igual y sus mujeres, todas trenes. No, a Bogart hay que odiarle por canalla, por arruinarme Pangea con sus sueños de ver a todos venir al bar de Abraham. ¡Estaba tan jodidamente obsesionado! Y no, no lo conozco. Es más, no creo haberlo visto nunca en mi vida. Pero maldita sea, yo también detesto a Bogart.

Porque somos muchos los que lo odiamos ¿Lo sabías?, No te burles, club de los fracasados mis huevos, ¿Tienes fuego? Gracias. Ahora que recuerdo, a Sarah le encantaba apagarme los cerillos en la boca y con la boca, aunque creo que lo que le pesaba realmente era verme inflándome el ego con humos de tercera. Mejor los besos, idiota, ínflate de ellos, decía. ¡Ah, Diablos! Abraham, detenme, no me hagas hablar más de Sarah en estos momentos, apenas si puedo recordar a Bergman, a Ingrid o a Ilsa Lund; recordar a Sarah sería fatal y uno ya no puede aguantar el desangrarse con la facilidad que se tenía de joven.

Pero puta madre, escribe tu, se me ha olvidado como era escribir. No, no, escribir idioteces como sea, pero escribir así, tan comprometido, es una bofetada a mano limpia, compañero. Deja, borra el Querida, que no se le ocurra pensar que la extraño. ¿Qué a que viene esto? Querida es para las tórtolas del árbol de navidad, Abraham, para las que están unidas del pico y tienen una sola cuerda cuidándoles las alas. No se vayan a caer y entonces ahí si que hacemos. ¡Ni llorar!

Ah, pero te decía, quítale el Querida, déjale los puntos suspensivos.

Ahora déjame hablarle a la servilleta como hablándote directamente a ti, Sarah. La servilleta ya no existe, no pienses en ella, es quizá solo un recuerdo del relieve de tu falda, algo irregular que no parece sanar ni cuando dejaba caminar mis dedos por encima de tu piel; pero muy por debajo del contorno del gran velo, por cierto.

¡Y como odiaba todos tus lápices labiales! Quería hacerlos arder. Los odiaba casi tanto como detesto a Bogart, solo que esto con más envida que coraje. ¿Y cómo no hacerlo si los infelices pedazos de cera gustaban de pasearse desnudos por encima de tus labios? Figúratelo, estuvieron ahí cuando te conocí y estuvieron ahí hasta que te marchaste. Puras epopeyas troyanas, puta madre.

¿Qué si me acuerdo de cuando nos conocimos?, Boba, como olvidarlo. Apenas levantaba este lugar y ya se nos había muerto otro pianista (Que por cierto, para estas bestias de notas tan adversas y dientes imperfectos mejor traer dentistas, que no se me olvide preguntar los precios). Y sin otra cosa que pasarnos el duelo esa noche entraste con toda la elegancia de ser Ilsa Lund. La misma mirada, la misma sonrisa, el mismo encanto de ver una boca tan perfectamente delineada por los bandidos rojos.

Vamos, si hasta tenías incluso ese artilugio de accesorio para la muñeca de un Lazlo que no combinaba con tus zapatitos de tacón. Bastante curioso.

Puta madre, ¡Y los hombres! Se enganchaban de ti como buscando que los eligieras para otro detalle en la ropa, quizá de pendientes que decorarle a tus orejas. Era cosa de risa. Y sin embargo tú sencilla, tú callada, riendo entre dientes no se qué carajos con el miserable de Lazlo allá lejos, sin soltarte el brazo.

Y no es que yo no quisiera quererte querer como querían que los quisieras los demás hombres. Trabalenguas. No, para nada, pero uno lo piensa, porque sabes que está ella hasta allá y tú te quedas aquí. No porque esté lejos, sino porque temes quererla más aquí que estando allá. Que caos.

No me crees ¿Verdad? No te culpo, me conociste así, cínico y desvergonzado. Arrebatado por el deseo de mandármelos a todos al diablo porque sé que necesitar a alguno era romperme las piernas sin consideración de las mismas. A esas si mis respetos, claro miladi, y más si tenemos explosiones de vino tinto en el cielo y no sabemos si tendremos que correr cubriéndonos con un triste pedazo de nota roja.

Y yo también detesto a Bogart ¿Te lo he dicho? Últimamente lo repito tanto. Abraham ya no quiere ni verme a los ojos con temor de que se lea con facilidad el escalofrío de su nombre. Pero será bruto, demonios, temerle no es lo mismo que odiarle. A Pangea hay que temerle, por ejemplo. ¿Cómo no sentirle pavor a un mundo nombrado así por ver a Bergman platicar? Esta tierra no tenía nombre. Tú se lo diste y a todos aquí nos encantó.

Pero te decía. Aquí toda la gente detesta a Bogart; y ni hablar de mencionar aunque sea un poco a Humphrey que de repente empiezan a perderse tiros y uno termina creyéndose toda esa mierda de la ruleta rusa. Así mientras pasa el tiempo.

Entonces tú estabas tan locamente enamorada de mí y yo bebía para no saberlo. Demonios, y el ridículo de verte tan abandonada las noches siguientes, que porque no querías ver más a Lazlo pero no sabías como mandártelo a chingar a su madre (perdona el francés, es una lengua que se suelta cuando a uno ya no le ve diferencia a los idiomas). Pero tranquila, no, sin sugestivas, el ridículo no estaba en tenerte sentada a mi lado sin decir una palabra, suspirando mientras me veías autodestruirme con las transfusiones de sangre. No, la vergüenza estaba en hablarte de romperme la espina por Pangea porque sé que tu no tenías la culpa de lo que esta tierra tan impredecible me había marcado con cicatrices la espalda; de cómo había asesinado a todos los que alguna vez no detestaron a Bogart.

Es todo esto de las trasfusiones, te digo, pero mejor vamos a tomarnos una pausa, chica. Abraham se está muriendo de risa y me da miedo que se le vayan las letras por otro lado. Es un temor de que se le salga hasta más allá de Quien-sabe-donde y se le olvide que la servilleta no está a la mitad de una bocanada de risa. Que lío.

Anda, Abraham, ya cierra el hocico, sino vas a cuidarme las espaldas entonces por lo menos sírveme otro trago. ¿Qué ya son suficientes? No me jodas, ni tú eres Jim y yo mucho menos Henry Chinaski. A mí no me interesa beber todos los días, solamente a todas horas.

Vamos, no le hagas caso, Ingrid. ¡Pero escribe, hombre! ¿No estabas tan ansioso de verme fracasar aquí mismo sobre la banca? Uno empezaba a disfrutar esta frontera de una barra de madera y ahora me dejas solo. Es difícil vivir de inmigrante, cabrón. Hay que estar atentos a patrullas y los francotiradores; y lo mejor que puedes hacer es servirme otro trago.
Míralo, es exactamente así, como cuando tú estabas aquí Ingrid. Como cuando me escondías notitas bajo la mano ya cansada diciéndome que me adorabas y que llorabas porque te contestaba con cualquier estupidez.

No era por ti, muñeca, ya lo sabes. Era toda esta necesidad de ver a la barra como una madre que me acogía en su seno, alcohol y mas desgracia. ¿No te es suficiente? Nunca lo es, no te preocupes. Me basta saber la cara que tenías al mirarme.

Ya, Ingrid, no se me olvidan las cartas, créeme. Ya se que ahí viene todo esto, yo se que ahí hay mas historia que la que teníamos. Pero ¿No es acaso justo para el juez escuchar las dos versiones de lo tanto que detesto a Bogart? ¡Hay que enjuiciarlo de inmediato, Sarah! Hay que hacerle ese bien común al pueblo, para que Pangea vuelva y se reunifique. Por los bienes diplomáticos, caramba. No es justo que siga allá afuera separando los islotes, para nada.

¿Pero que te pasa, mi querida Bergman?, ¿Ahora ríes?, Mirala, Abraham, uno aquí ahogándose en la mierda y a la dama se le antoja reírse. Si, tu también lo has hecho, pero de lo que te venga en gana a ti no me importa, hasta te invito. Ahora que Ilsa, bueno, si Ilsa se ríe es que ya todo se ha ido al diablo. Sin posibilidades de redención.

¿Qué no es eso?, Vamos, pues habla claro mujer, si ríes ríe con ganas, ¿Qué te has acordado de algo?, Es el peso de la memoria, nena, nada de lo cual impresionarse. Yo todavía tengo que cargar con la mía, con el tiempo en el que no quería detestar a Bogart, que no quería nada con Pangea y cuando ni siquiera sabía si decidirme entre llamarte Bergman, decirte Ingrid o no muy lejos de Ilsa Lund. ¿Sarah? De Sarah no me hables, Sarah me arruina el porte de infeliz. Como si no le hubiera bastado decir que se moría por volverme a ver.

A Lazlo ya ni lo he visto. Dicen que se aparece algunas noches por la casa y rompe mis ventanas. Habla no se que carajos de clavarme un cuchillo por la espalda pero eso a mi ya no me sorprende tanto. Lo que sí es pensar en la rosa blanca, ¿Qué era exactamente eso de lo que te acordabas?, Tan fácil como hubiera sido eso, Ingrid. Si, como no pensar en ello, aun me falta tanto el aliento de haber corrido hasta tu casa y dejarte la rosa sobre la acera.

Si, lo se, hubiera sido mas fácil esperar hasta el día siguiente. Si, también se que tu estabas ahí aunque nadie mas te viera y que con lo bueno que hubiera sido despertarte. Pero no, es que tu no entiendes, lo mejor era pasearse de ninja, andar sigiloso muy por debajo del balcón para que la rosa blanca fuera la panorámica del día siguiente. Nada mas una foto instantánea descansando en el banquillo.

Ya lo sé, ya lo sé, ahí empezó todo. Ahí ya nos habíamos deshecho de Lazlo y era una carrera todos los días por no saber que tenías para mi a medida de que el tiempo pasa. Nunca me había sentido tan enfermo, tan desafiado, tan roto de las sienes.

Y reías, porque no sabías hacer otra cosa. Llorabas, porque te faltaba perder algunas fichas más del ajedrez. ¿Dónde estamos, corazón?, En Pangea, querida, Pan-ge-a ¿Lo has olvidado?, ¡Qué va! Ya estamos aquí, solo perdí el sentido.

Mientras tanto aquí en el bar seguían muriéndose pianistas. Aún sigo pensando en la posibilidad de una ortodoncia de emergencia; debe ser que el piano está con las muelas picadas y por eso tanta furia. ¿Y a quien puedo pedirle entonces que vuelva a tocar As time goes by?, Con lo que me gusta esa canción. Hay algo en ella que me hace detestar tanto a Bogart y a la vez me llena otra copa de whisky. Aprende de ello, Abraham, así se sirven los tragos, con piano y a Sinatra, chingada madre.

Pero que va, mi querida Ilsa, ahora todo es melodía premeditada, rasgueos a unos acordes pesimamente involucrados. Todo es diferente, toda la música es insípida y de trastes predecibles. Hasta las notas lo sienten, hay Do, Re y Mis tan apenados que no quieren salir. Y no los culpo.

¿No era mejor bailar As time goes by, muñeca? Así, juntitos los dos, dejando que te recostaras sobre mi pecho mientras nos mecíamos como péndulos de reloj. Un poco a la izquierda y ni pensar en hacerlo más sobre la derecha. Y si, allá afuera quizá revoluciones, quizá boicots y otras pendejadas, pero adentro solo tu, yo y el piano (que en ese entonces se aguantaba los dolores de boca, también le gustaba verte bailar, me lo ha dicho la otra noche).

¿Hasta ahora se te ocurre preguntarme porque detesto tanto a Bogart? Mujer, que apresurada, siempre a la carrera, siempre inquieta. Que energía, que cansancio el mío de perseguirte por la noche. Me veía en el espejo y al otro lado un gigante que solo sabía decir mil veces: “Ya no queda fuego en el infierno”. Puta madre.

Sí, vamos al final, te daré el gusto. ¿Qué no es gusto?, ¿Qué solo es hacer llegar de una puta vez?, Como ves, Abraham, ese si es valor carajo. Ya sé que debería aprenderle eso pero yo ya estoy muy viejo para las interpretaciones. ¿Nos vamos?, Un rato mas, hombre, todavía quedan pilas de servilleta. No, no jodas, no nos clausuran, nos necesitan. Aquí todo el mundo nos necesita.

Vamos, que hasta el día en que no llegué todos se extrañaron. Venían molestos a reclamarte todo el chiste de que nada me servía ausentarme de las exigencias de Pangea para ir a verte a ti, Ingrid. Que les valía madre que fuera la última noche y que a nosotros no nos quedaba ni siquiera París.

Si, esa noche se separaba Pangea. Me di cuenta mas tarde de ello, cuando ya no estábamos sentados juntos mirando y no mirando al televisor. ¿Tu si la veías? Mentirosa. Ahí no nos acordamos de nada. Solo se que de un momento al otro corríamos porque nos perseguían algunos soldados de lata. Abraham dice que era el tiempo, pero a mi no me consta el hecho. ¿Qué le importa al tiempo que uno corra o no corra?, ¿Qué tiene de atractivo ver salir a dos jóvenes al fresco, de subir tus maletas y no mirar atrás?

Y allá afuera no existía nadie ni nada. Eras Bergman pero por primera vez en tu vida eras Sarah. Ni siquiera Ingrid y mucho menos Ilsa Lund.

Si, lo sé, no fui a verte partir, ni porque eras realmente Sarah y debía ser estúpido para dejarte ir. Pero no, no quise darle a Bogart esa última satisfacción. Llegué dos horas después, querida, aun a tiempo para el caos de riachuelos humanos, los murmullos con sabor a despedida y la estúpida turbina de la avioneta 43 llorándome como si hubieras sido tu misma la que me llorara.

Y ahí me quedé un largo rato. ¿No te dije, Abraham? Estuve ahí el tiempo suficiente como para poder afrontar el hecho de que yo también detesto a Bogart; porque cuando menos lo esperaba yo ya era el rastro de lo que Bogart fue alguna vez, un miserable arrepentido por la idea de no haberla visto dormir a la par. Eso era, todo se resumía a ello.

Curiosamente, en algo Humphrey tenía razón… no deberíamos cambiar el whisky por el Martini. Puta madre.

¿Y el último trago? Bueno, pues este va por ti, muñeca.

Salud.

viernes, 12 de junio de 2009

Ruleta rusa (I)


Ruleta Rusa (I)

Por J.P. Medina


Irse así como uno se va, a la incertidumbre, no es exactamente irse.

Es marcharse, quizá, pero dejarse también.

Es ver que estás allá lejos pero indudablemente estas aquí. Solo crees estar allá porque te has bronceado o porque tienes los calcetines llenos de arena.

Y apestas a mar. Apestas pero no lo hueles, es solo sugerir que apestas a mar porque no quieres aceptar que no te fuiste. Que te quedaste.

Ves que esa piña colada (que ya se ha derretido de tanto que la ves y no la ves) era sencillamente otra copa de ese escocés que tienes escondido en la cabala. Apestas a cigarro y no a mar; como uno creería.

Entonces ves una sirena. No es realmente una sirena, sino una mujer de bellos cantos que te araña el corazón, pero tu quieres creer que es una sirena, porque entonces sí podrías aceptar el hecho de que apestas a mar y que tienes los calcetines llenos de arena.

Como debiera ser.

Sin embargo, lo unico que tienes es el bolsillo ocupado por el falo de un arma; ni siquiera completamente cargada, ni siquiera totalmente descargada.

Ves que se hace tarde y la sirena sigue ahí, cantando y ríendo porque sabe que no es una sirena. Se mofa de pensar que tu crees estar bronceado y que ella es una sirena.

Ya no sabes que pensar, de todas formas. El escocés se ha puesto demasiado inglés y el mar funge como espejo nebuloso. Una niebla como las que se forjan en Buckingham, con la misma incertidumbre y un reloj dando las tres de la mañana.

Hace frío, pero no es porque estés en el mar al momento en que anochece; o porque has caminado por horas con los pies descalsos sobre la arena ya fría; es porque sabes que no estas en el mar y la puerta de tu casa lleva algunos siglos abierta.

Levantas un cigarro que tenías maltratado en el bolsillo y te lo colocas a la par de la cien derecha como pensando en como carajos se enciende. Porque lo has olvidado.

Sin embargo, al fin y al cabo, sabes que no se enciende porque no es un cigarro. Es sólo el arma omnipresente y es solo jugar a la ruleta rusa.


Ruleta Rusa (II)

Por J.P. Medina


Y si pudieramos pensar que te has ido, entonces es recrearse la idea de que estuviste ahí, aunque no fuera cierto.

Recuerdas haber caminado por la arena en tenis y calcetas, esquivando algunas de las olas que subian demasiado rapido cuando todos esperaban los contrario.

Pero es una mentira. Es el cigarro que te quema las cienes porque te decides a realmente jugar a la Ruleta rusa. Crees que entonces puedes fumarte ese cigarro y realmente creer que fuiste al mar a esperar las olas que subian demasiado.

Porque entonces podrías ver al infinito como viendo al infinito. Podrías mirar a la ventana como si fuera realmente un horizonte, con algunos islotes a distancia que hacen ruido a la linea horizontal tan perfectamente delineada.

Te recuestas en la arena porque sabes que no es mas que la butaca enfrente de la barra, la que te obliga a pedirte a ti mismo, bucanero un tanto cantinero, que te sirve otro escocés en las rocas. Doble, para que puedas seguir pensando que fuiste al mar.

La sirena no está ya más. Hay una roca donde ella reposaba, pero ella ya no está más. La piensas constantemente y te la imaginas en tus propios sueños, haciendo ya del mar un tanto bestia mitologica que desenrolla más y más leyendas de una sirena que ya no está, pero que quisieras que estuviera.

Se parece, pero no sabes si sea.

No sabes si sea porque el mar abierto se cierra y es una bahía. No sabes de donde vino ni a donde va, pero la bahía se va cerrando, creando así una ensenada.

Tu detestas las ensenadas.

Tu detestas las bahías.

Tu prefieres seguir ahogandote en alcohol (que no es piña colada, sino whisky, uno viejo que guardabas para cuando quisieras ir al mar y no pudieras hacerlo), tu prefieres apestar a cigarro y no a salina; a calor un tanto asfixiante que te hace sudar hasta que no sabes que tanto de agua eres y que tanto de carne y tal.

Piensas en la sirena. Y la sirena no es sirena, lo sabemos, es una bella mujer que te araña el corazón.

Pero tampoco es una bella mujer que te araña el corazón. Es la mujer que sueñas entre que fuiste al mar y no.

Es la que no te deja dormir, la que te hace beber, la que te asfixia el corazón pero que quieres besarle la mejilla atraves de un vidrio que sirve para que no se asfixie sin el mar.

Estas y no estas, fuiste y no fuiste y la sirena no es una sirena, es una mujer que no es especial pero que es la mas especial de todas.

Entonces jugar a la ruleta rusa o fumarse un cigarrillo por las cienes parece obsoleto.

Porque sabes que morir es solo pensar que estas muerto y no estarlo. Vivir es solo pensar que estas vivo y quizás estarlo; y además, tener los calcetines llenos de arena es solo creer que esta cancion no puede tener otra cosa que su nombre tatuado en la locura.

Una molto bella locura.

Bang.

lunes, 23 de marzo de 2009

Vals de tres versos para Valentina


Vals de tres versos para Valentina

J.P. Medina

Cada vez que toco la vihuela, Valetina se enamora.
Se siente entusiasmada.
No se le ve danzar per se, pero sonríe a sus adentros y le da una vuelta a su vestido, desviando las zapatillas por toda la vega. Alegrando todo a su paso.
Pero divago.
Algunas veces solo es cotonear la falda, o hacer de sus piernas un vaivén al deseo oscilatorio, con las manos a la espalda, luchando con el ventisquero de música y ritmo.

Es un vuelco de rueda que me hace desear seguir tocando. Para variar.

Y a Valentina le gusta reir, la enorgullece soltar una melodía entre dientes, pero lo hace tan discretamente que nadie la escucha. Vayas a creer eso, Valentina.
Mas que nada de una aventurera piadosa que tiene cierto encanto por la vigilia. Que llora encerrada al injusto vilipendio de un monton de incuatos y edipicos enfermos.

Valentina vestal, que curioso, un vicio para los acomplejados.

Y es un vicio muy mal pagado, porque cuando Valentina quiere, Valentina te mira. Y puede ser un segundo y nada mas, pero es convaleciente. Te cura.

Frustra que (por lo menos yo que vivo del fracaso) esté uno hundido en la mas vil de las lamentaciones y Valentina se las arregle para sonreirte y volverte loco en un segundo. Sin querer y queriendo. Como conociendo que al mas enfermo de corazón puede curar, sin esperar nada por ello.

Asi es. Esa sueles ser vos de lejos, esa sueles ser vos cuando me vuelvo viajero y recorro el argumento que viene a mirarte, a conocerte dentro de este espacio llano.
Que soy vouyerista y vosotras, Valentinas, distintas con cada uno de los conversantes, sonríen por un preciso momento, dejando todo lo demas a la imaginación.

(FIN DEL PRIMER VERSO)

Av. Deja Vu es el peor lugar para la ley, confirmado.

Cada noche hay un muerto tapizado en los vados de la acera. Cada dia el crimen se aprovecha de la ineptitud de las autoridades para hacerse de alguna travesura en los campos vecinos. Y pareciera que cada noche, aun para los pocos invitados, la avenida se muere por dentro.

Como un cancér humano de violencia y vanidad.

Y por consiguiente, nunca hay paz en Deja Vu. Lo sé.

Yo, por el contrario, tenia tiempo sin pasarme por ahí. Me lo tenía prometido.
Es verdad que un detective necesita ganarse la vida en ecosistemas tan vulgares como este, pero ahí siempre es perder más de lo que ganas.
Sin excepción.

Y que me dices a mi.
Todavía ahora puedo ver los disparos al corazón, la tension ahogandome en los vados, el vino excesivo, la sangre, el misterio carcomiendome las visceras y la mujer escondida entre las cortinas, parcialmente desvestida.
Pero tenia mis razones para volver (aunque ninguna realmente racional como para efectuar la transaccion). No lo sé, quiza es que no podía apaciguar las ganas de verme envuelto nuevamente en ese mundo post-apocaliptico. O quiza es que siento vincular toda esa magia visual con el sentimiento de soledad y reprimenda que tanto me importa.
Que va, al final quiza solo es que soy autodestructivo.

En fin.

La ultima vez que estuve aqui fui evocado de licencia por el fracaso que fue perder el caso del Cuervo y vino, asi que no tenía mucha prisa de invitarme al cuerpo de justicia inmediatamente.

Ah, el Femme Fatale Hotel, la escoria de la escoria vuelto una posada de tres estrellas y una cantina de mala muerte. Perfecto para un derrotado detective (además, tenía ya un largo tiempo sin tomar, y eso me ponía muy nervioso).

Empujé la puerta con gravedad y el vinatero vociferó algo al verme entrar al salón.
Sin darle importancia, y ya algo desganado, fui y me senté justo al mostrador, entre los dos, ignorando el depresivo ecosistema a mi alrededor.
Caminar entre tantos vagos y suicidas me hacia recordar los tiempos en que alguna vez participé en su erradicación. Sin mucho exito.

Me senté y me pedí un whisky enseguida, para evitar la conversación inmediata con el dependiente.
El sujeto se dio la media vuelta, aun mofandose de mi presencia, y encontró de entre la repisa una vieja redoma de doce años. Sacó un vaso de vidrio de la cristaleria y sirvió el caldo seco.

No se cuanto estuve ahí encerrado, pero para la octava copa ya la vista me tenía como traidor evasivo.
Aprovechando mi confusión me encomnendaron un caso cualquiera, despidiendose de mi enseguida sin yo tener en cuenta de quienes eran aquellos sujetos.

Que mas da, un caso es un caso.

Le pedí al cantinero la llave de un cuarto y le pagué enseguida en efectivo. Ni siquiera recuerdo cuanto.

Me levanté y anduve con el tiempo ensima acompañandome el paso hasta el veintiuno del numero veintiuno.
Ya adentro caí de inmediato en el sillón (que fue lo primero que vi al entrar) siendo arrullado por el sonido del plomo y explosivo caracteriztico de la zona delictiva. Pero algo ahí me hacía ruido, en el piso se oía un sonido diferente, un sonido poco frecuente en la Avenida Deja Vu.
Y venía de mi recamara.

Saqué la pistola y caminé como pude hasta el lugar de donde provenía el susurro. Tenia la cara empapada de sudor y no podía divisar perfectamente a que apuntar por los efectos nocivos del alcohol ya en la sangre. Solo podía ver un cuerpo moviendose escondido detrás de la colcha, mientras me hacía un camino hasta ello.

Y ahí sucedió. La virgen silueta de una doncella recostada en mi cama me hizo vapulear contra el marco de la puerta, haciendome tirar el arma.
El extraño sonido no era más que el suave respirar de la dama dormida.

Pero yo la conocía.
El contorno de su rostro, el visaje preciso de duda y cansancio, la madeja que llega hasta el principio de cuello, los aretes curvos que adornan sus orejas, sus ojos, las venusianas manos, el compás de sus piernas. Todo, la conocía.

Pero "¿Que hacía ella en Deja Vu?"

Mareado preferí ponerme a pensar en ello a la noche siguiente (porque para esa avenida no existe el dia, solo la noche, eterna, constante, precisa, evolutiva) así que me fui a dormir enseguida (o solo tratar de hacerlo, porque con el vino, el cigarro, y la respiración tan tranquila de una pacifica vestal como vecina al cuarto conjunto, era practicamente un reto) no sin antes arremeter a mi estupidez altruista (raras veces vista. Ella, de hecho, era la primera en mucho tiempo con la que no podía ser tan cruel como para dejarla morir de frío) cerrando las ventanas y tapandole los hombros con el edredón.

Una llovizna acompañó la velada. Y dormimos, cada uno, un poco mas tranquilos con la presencia del otro.

A la noche siguiente, ya mas fresco y racional, seguía preguntandome cual sería la razon exacta de que ella se arriesgara a venir hasta este caotico mundo, haciendome perder toda la concentración que creía necesaria para resolver el caso.
Me tenia preocupado tener que dejarla en el cuarto del hotel, pero considerando que seguramente lo que queria era verme, lo mas logico era suponer que me esperaría ahí mismo, si se despertase.

Más tarde, las actividades se fueron desenvolviendo rapidamente. Las pistas me conducían poco a poco al movil del delito, las victimas solían decirme mas de lo que requería y mi tarea como detective, al final, terminó con excelentes resultados. Aún a pesar de mi inquietud personal y el vulturno ocasionado por la preocupación.
Que va, vomitivo.

No avezado por la idea de cuidar de una mujer, me tarde en volver a mi recamara. Tomé algo de vino en la cantina del hotel, al pie de Femme Fatale y por dos horas consecutivas escuché al grupo del lugar interpretar La Malagueña.

Ellos me quieren mirar...
pero si tu no los dejas
pero si tu no los dejas
ni siquiera parpadear....

Afuera seguía lloviendo.

Y decirte niña hermosa
que eres linda y hechicera
que eres linda y hechicera
como el candor de una rosa.

Seguía fumando, consumiendo, y escuchando.
La letra me hacía coro en las cienes, me hacía de una volea en el corazón.

Y así, al final, sin poder disfrutar de la festividad del exito conseguido, regresé al cuarto.

Entré a la salita y colgué la chistera en el perchero. Volví la mirada y la vi finalmente de pie, con su hermoso vestido acariciando el suelo.
Tomé el velo de cortina de una de las ventanas y me sequé el sudor mezclado con la lluvia.
Aquella valquiria, virtuosa y delicada, recorría la sala con el roce de sus piernas, pintando de colores escenarios mitologicos. Muy al pesar de su monocromatismo (donde ella era la ausencia de colores, y yo era la ausencia de colores, y todo el maldito mundo lo era, menos cuando ella le hacía una caricia).
Justo cuando estuvo frente mio, y tras un largo silencio, me envolvió con sus manos, recostando sus mejillas en mi pecho.
Yo no hice mas, solo me detuve en seco, vivificado.

-Quedate conmigo.- susurró ella de repente, en el instante en que la lluvia y nevada se hacían los mudos (Durante algunos minutos solo se pudo escuchar el sonido del ventilador dando volteretas en el aire) a unisono.

Y que curioso, porque quizá lo unico verdaderamente racional de lo que pude prescindir en esos momentos, ante el shock y el enorme gusto mezclado con tristeza, fue el de suavemente apretarla contra mío.

Toda una carantoña. Todo un caos que conllevo a inventar noventa y nueve maneras de evitar regresar a la Avenida Deja Vu. Noventa y nueve veces no, noventa y nueve veces al carajo. Noventa y nueve novelas de detectives y asesinos.
La lista se extendía en los pocos segundos lucidos que estuve con sus manos alrededor mío, pero ninguna de esas razones vencian el hecho de tenerla junto a mi, cuidarla, quererla y romperme el alma por ella.

Tristisimo, porque afuera seguía la ventisca de lluvia y nevada. Seguía, y seguía, y seguía... consecutivamente.

(EPILOGO DEL SEGUNDO VERSO)

Y todavía regreso a Deja Vu. Todavía me pierdo en la insignificancia ajena, en el vulgar de un mundo post-apocaliptico, criminal, tan solo para estar con ella.

Y a veces vamos al cine, solo de noche. Nos refugiamos en la oscuridad, le tomo la mano y disimulo.
Algunas otras veces tomamos transporte y le damos vueltas a la avenida, una y otra vez, y nunca termina. La calle toma un aire londines y simpre, hasta donde alcanza la vista, es un sin fin de arquitectura victoriana.
Templado.

Mas al final, la mayoria del tiempo solo nos quedamos encerrados en el veintiuno del numero veintiuno, al Femme Fatal Hotel.
Tomamos vino, cerramos las cortinas y nos quedamos dormidos, a la letra y canto de La Malagueña.

Y yo pensando: "Demonios, tanta melancolía para nada"

(FIN DEL SEGUNDO VERSO)

-¿Que anoche fuiste a visitarme a mi casa?- dijo ella en un vuelco de rueda.
Y entonces todo el vorágine se detuvo. Hay vértigo en la pregunta, un vértigo visceral y destructivo.
Ya no estoy en mi sueño. Ya no hay caricias, ni achucheos, ni siquiera el roce de su vientre recostando mi rostro.
No hay mas que un vilipendio de mi parte. Quizás solo el nerviosismo del sujeto de la chistera negra; del que através de un ventisquero de humo, los patrones surrealistas del cigarro, pudieran disfrazar.
Sonrío sin pensar en Valentina Vestal, ni Valentina valquiria. La veo sin ver las figuras, los colores en los mundos monocromaticos, o los espacios vacíos.
Y ante toda vervigracia, dos piernas cruzadas aguardan la respuesta. Donde pudo, como sea, ser un par de palmas deteniendo la maravilla victoriana que le precede en estructura.

-Solo tenia ganas de pasar por ahí.- advertí recuperandome, y sonreí cansado. -Con un enorme gusto de desearte dulces sueños...-

A vos Valentina, solo a vos.

Para variar.

(FIN DEL TERCER VERSO Y REVERENCIA)